lunes, 25 de enero de 2010

Hipocondríacos.




El hipocondríaco desconfía del médico, pues éste siempre le dice lo mismo: usted no está enfermo. A pesar de ello, tiene la imperiosa necesidad de acudir a él, aun sabiendo que todas las pruebas que le han realizado están bien.

Pero eso no le calma, no lo cree, y pide otra opinión. Y después, otra. Así, pues,  los hipocondríacos recorren una consulta tras otra, pero nada cambia, siempre el mismo diagnóstico: no encontramos ninguna enfermedad.

Posiblemente, se equivocan los médicos, pues ¿no es una enfermedad el hecho de creer firmemente y de manera irreductible a toda prueba o razonamiento, que se tiene una y muy grave?

Podemos ver, entonces, que los hipocondríacos son mal tolerados por los médicos, quienes se alegran de que, por fin, se vayan a ver a otro médico, y a él lo dejen tranquilo. Y es que la medicina tampoco tiene grandes instrumentos para tratar estas patologías.

Pero hagamos un poco de historia y arrojemos también un poco de luz a ésta enfermedad. Etimológicamente, la palabra hipocondríaco procede del prefijo griego hipo (debajo), y de condrio (cartílago). Se denomina hipocondrio a la zona del abdomen que está justo por debajo de las costillas. Al parecer, este padecimiento se describió inicialmente en personas que aquejaban molestias en esa zona, que es donde están el hígado (en el lado derecho) y el bazo (en el izquierdo). La hipocondría es un temor por la propia salud. Se diferencia de la neurosis de angustia, en la que la preocupación de ésta otra enfermedad siempre es por la salud ajena.

Se concibió en sus comienzos como una especie de fobia, cuyo tema era la preocupación por la propia salud. Una fobia o temor a enfermar. De lo que no se da cuenta el paciente hipocondríaco es que esa es su enfermedad: el temor a enfermar es la enfermedad misma. Se ha comprobado en psicoanálisis, que la hipocondría o temor a enfermar, puede estar en relación con un acto realizado, o incluso sólo fantaseado, que el paciente cree que conduce a la enfermedad.

El paciente hipocondríaco sí está enfermo, de temor, y cuando la enfermedad es el miedo, el tratamiento ha de ser psíquico.

Así pues, los médicos que identifiquen, sin duda, a una persona hipocondriaca, deberían remitirlo a un médico especialista en enfermedades psíquicas. Posiblemente sólo así se curará.

sábado, 16 de enero de 2010

¡Que difícil es la convivencia!


Está claro que la convivencia ocupa todo nuestro tiempo. Se convive con uno mismo, con la familia, con los amigos, con la gente más cercana… con todo el mundo.

Pero, eso si, todo con mucho tacto, que las cosas no están como estaban ni son lo que eran, pues hoy no todos somos iguales, ¿o si lo somos? Es una cosa que dudo, es mas, estoy convencido de que no, aunque nos lo hagan creer, pues hacen parecer lo que quieren y les interesa, depende de quién nos lo diga.

Pero es más que evidente que la convivencia es, en muchas ocasiones, problemática. Cada uno es cada uno, y tiene sus cadaunadas. Hace falta que impere la buena voluntad y el raciocinio, para que la convivencia se desarrolle por los cauces normales, que sería lo deseable en cualquier circunstancia. Y el amor, en todas sus variantes.

Existe una historia sobre esto, que voy a contar.

Dos hermanos que vivían en granjas contiguas, tuvieron un conflicto.

Era el primer problema serio que tenían en 40 años de cultivar juntos, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes de forma continua.

Esa larga y beneficiosa colaboración terminó un día. Todo comenzó con un pequeño malentendido, que fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia muy grande entre ellos, y que explotó en un intercambio de palabras hirientes, seguido de semanas de distanciamiento y silencio.

Una mañana alguien llamó a la puerta de Juan, el hermano mayor. Al abrirla encontró un hombre con herramientas de carpintero.

-Estoy buscando trabajo por unos días, -dijo el carpintero. Quizás usted necesite hacer algunas pequeñas reparaciones en su granja, y yo pueda serle de ayuda.

-Sí, tengo un trabajo para usted, -dijo Juan. Mire al otro lado del arroyo, aquella granja, ahí vive mi vecino… bueno, de hecho es mi hermano menor. La semana pasada había una llanura entre nosotros, pero él cogió su excavadora y desvió el cauce del arroyo para que nos separara. Seguro que lo hizo para cabrearme, pero yo le voy a hacer una más gorda. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más.

- Creo que comprendo su situación –dijo el carpintero. Dígame donde están los clavos y la pala y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho.

El hermano mayor ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja para ir por provisiones al pueblo, eso le llevaría el resto del día. El carpintero trabajó duro midiendo, cortando y clavando.

Estaba oscureciendo cuando el granjero regresó. El carpintero acababa de terminar su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos de sorpresa. No había ninguna cerca de dos metros. En su lugar había un puente, un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de arte, incluso con pasamanos.

En ese instante, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a Juan le dijo: “Eres una gran persona, ¡mira que construir este hermoso puente después de lo que te he hecho y dicho!”.

Estaban reconciliándose los dos hermanos cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas y se marchaba.

-¡Espera! -le dijo el hermano mayor. Quédate unos cuantos días, tengo bastante trabajo para ti.

-Me gustaría quedarme -dijo el carpintero-, pero tengo muchos puentes que construir.

No es malo, de vez en cuando, dejar a un lado las pasiones políticas, las críticas efímeras y las decepciones que procuran los hombres y sus actos, y resumir el ánimo en lo verdaderamente importante, lo que está ya ante nosotros y que muchos no advierten.

En fin, no guardes resentimientos. En lugar de ello, construye caminos y puentes de paz, de amor, y podrás ser feliz y hacer felices a los demás.

Disfruta así de la vida, merece la pena.

lunes, 11 de enero de 2010

El perro olvidadizo...


Un carnicero estaba a punto de cerrar su negocio cuando vio entrar un perro. Trató de espantarlo, pero el perro volvió.

Nuevamente intentó espantarlo, pero entonces se dio cuenta que el animal traía un sobre en el hocico.

Curioso el carnicero abrió el sobre y en su interior encontró un billete de 50 euros y una nota que decía: "¿Podría mandarme con el perro 1kg de carne picada de ternera y 1/2kg de pierna de cerdo? Gracias."

Asombrado, el carnicero tomó el dinero, colocó la carne picada y la pierna de cerdo en una bolsa y puso la bolsa junto al perro, pero olvidó darle las vueltas del importe.

El perro empezó a gruñir y a mostrarle los colmillos. Al darse cuenta de su error, el carnicero puso el cambio del billete en la bolsa; el perro se calmó, cogió la bolsa con el hocico y salió del establecimiento.

El carnicero, impresionado, decidió seguir al cánido y cerró a toda prisa su negocio.
El animal bajó por la calle hasta el primer semáforo, donde se sentó en la acera y aguardó para poder cruzar.


Luego atravesó la calle y caminó hasta una parada de autobús, con el carnicero siguiéndole de cerca. En la parada cuando vio que era el autobús correcto, subió seguido por el carnicero.

El carnicero, boquiabierto, observó que el can, erguido sobre las patas traseras, tocó el timbre para descender, siempre con la bolsa en el hocico.

Perro y carnicero caminaron por la calle hasta que el animal se detuvo en una casa, donde puso las compras junto a la puerta y, retirándose un poco, se lanzó contra esta, golpeándola fuerte. Repitió la acción varias veces, pero nadie respondió en la casa.

En el colmo del asombro, el carnicero vio al perro tomar la bolsa con el hocico, rodear la casa, saltar una cerca y dirigirse a una ventana. Una vez allí, golpeó con las uñas de sus patas en el vidrio varias veces, sin soltar la bolsa; luego regreso a la puerta.

En ese momento, un hombre abrió la puerta y... ¡comenzó a golpear al perro!

El carnicero corrió hasta el hombre para impedirlo, diciéndole: "¡Por Dios, amigo!, ¿qué es lo que está haciendo? Su perro es un genio!..... ¡es único!"

El hombre, evidentemente cabreado, respondió: "¡Qué genio ni qué coño! Esta es la segunda vez en esta semana que al muy cabrón se le olvidan las llaves.... ¡y yo en el puto baño!"

MORALEJA:

Por más que te esfuerces, y aunque cumplas mucho más allá de tu deber en el trabajo, a los ojos de un jefe siempre estarás por debajo de lo que él quiere. Así que puedes reenviar esta moraleja a quien creas que trabaje como un PERRO.



"¡Ah!, y no te tomes tan en serio la vida...
Al fin y al cabo, ¡no saldrás vivo de ella!"

martes, 5 de enero de 2010

El regalo de la hermanita.


El propietario del establecimiento, que estaba tras el mostrador, miraba a la calle, distraídamente, a través del cristal del escaparate. Una niñita se aproximó al negocio y apretó su naricita contra el vidrio. Los ojos de color del cielo brillaban, cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió ver el collar de turquesa azul.


- Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete para regalo que sea muy bonito?- dice ella.


El dueño del negocio miró desconfiado a la niña.


- ¿Cuánto dinero tienes?


Sin dudar, ella sacó del bolsillo de su ropa un pañuelo, todo atadito, y fue deshaciendo los nudos. Lo desató totalmente y puso su dinero sobre el mostrador.


- Llega con eso, ¿verdad? Es todo lo que tengo.


Eran apenas algunas monedas, pero ella las miraba orgullosa.


- Mire, señor, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella. Esta noche es la noche de Reyes, yo ya se todo sobre los Reyes Magos, pero ella se merece éste regalo, y tengo la seguridad que quedará feliz con el collar, que es del mismo color de sus ojos.


El hombre, visiblemente emocionado, fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un trabajado lazo con una cinta verde.


- Toma, dijo a la niña. Llévalo con cuidado.


Ella salió feliz, corriendo y saltando calle abajo.


 El día siguiente a Reyes, una linda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio y colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio, deshecho.


- Este collar, ¿fue comprado aquí?


- Si, señorita.

- ¿Y cuánto costó?


- ¡Ah!, - habló el dueño del negocio-, el precio de cualquier producto de mi tienda, es siempre un asunto confidencial entre mi cliente y yo.


- Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas. El collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría, ni de lejos, dinero suficiente para pagarlo.


El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta y lo devolvió a la joven.


- Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. ELLA DIO TODO LO QUE TENÍA. Y usted está haciendo lo mismo por ella, está dándole todo lo que tiene y aún más. Lleve el collar, le pertenece, su hermanita se lo regaló.


El silencio llenó la pequeña tienda, y dos lágrimas rodaron por la faz emocionada de la joven, cuando sus manos tomaron, de nuevo, el pequeño envoltorio.